27/Enero/2012 Rio de Janeiro, Brasil.- La presidenta de
Brasil, Dilma Rousseff, no ha ido a Davos. Tampoco fue el año pasado. Más aún,
es la primera vez en muchos años que el ministro de Economía y el presidente
del Banco Central brasileños no aparece por el Foro Económico Mundial de Suiza.
Sí han ido, más bien por cortesía, el ministro de Asuntos Exteriores, Antonio
Patriota, y el presidente del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social
(BNDES) con un grupo de empresarios.
Y sin embargo, ya el año pasado existía una cierta expectación por la
presencia de Rousseff, como indicó Klaus Schwab, presidente y fundador del
Foro, que afirmó: “Todos en Davos querrán saber los cambios que el nuevo
Gobierno va a promover”. La ausencia, también este año, de la presidenta
brasileña en Davos choca aún más porque su antecesor, el expresidente Lula da
Silva, nunca dejó de asistir a este foro y solo una vez asistió al de Porto
Alegre, claramente de izquierdas, creado como alternativa a la política capitalista
de los banqueros del mundo. Pero siguió asistiendo a Davos y no a Porto Alegre,
donde algún año su homólogo venezolano Hugo Chávez suplió la ausencia del
brasileño.
Davos utilizó durante ocho años la imagen de Lula, que siempre era
recibido con aplausos, para darle al foro un aspecto social nuevo que le
faltaba. Hasta los banqueros le concedieron en 2010 el premio de “estadista del
año”. ¿Por qué entonces Rousseff ha preferido no ir al Foro de Davos y asistir,
en cambio, al de Porto Alegre, que reúne a las huestes variopintas de los
movimientos sociales y alternativos de izquierdas más diferentes?
Creo que existen dos motivos concretos que justificarían la ausencia de
la mandataria brasileña entre los banqueros de Davos. Una la apunta,
inteligentemente, Clovis Rossi en su blog, publicado en este diario, “Bien en
la nieve y en los trópicos”. Recuerda el gran periodista desde Davos, encuentro
al que asiste desde hace 20 años, que Brasil, con Lula, necesitaba estar
presente en Suiza para convencer al mundo de las finanzas y de las mayores
empresas mundiales de que Brasil ya era otro Brasil, que había cambiado y que
él mismo había abandonado las veleidades anticapitalistas de sus tiempos de
sindicalista radical.
Brasil no tiene nada que demostrar al mundo en materia
económica. Incluso podría dar algunos consejos tanto a Estados Unidos como a la
Unión Europea de cómo atravesar una crisis mundial, con el mínimo de
perjuicios.
Ahora Brasil no tiene nada que demostrar al mundo en materia económica.
Incluso podría dar algunos consejos tanto a Estados Unidos como a la Unión
Europea de cómo atravesar una crisis mundial, con el mínimo de perjuicios.
Quizás sea hoy Davos quien necesite mirarse en el espejo de Brasil para
aprender de algunas de las medidas tomadas por el país sudamericano para
conseguir conjugar austeridad fiscal con crecimiento del PIB y la creación de
millones de empleos.
Hay un segundo motivo por el que Rousseff ha preferido ir al Foro Social
de Porto Alegre y no a Davos. Al revés de Lula, que aseguraba que él no era “ni
de izquierdas ni de derechas”, ya que el exsindicalista siempre fue un político
pragmático y poco ideologizado, la presidenta brasileña fue toda su vida
declaradamente comprometida con la izquierda e, incluso, en sus tiempos
juveniles, con la izquierda más radical y extremista que en aquellos años
predicaba la dictadura del proletariado, lo que le valió la cárcel y la tortura
durante la dictadura militar brasileña. Convertida a la socialdemocracia,
militó después de la dictadura en el partido de Leo Brizola (PSD), abiertamente
izquierdista y solo hace 12 años se pasó al Partido de los Trabajadores (PT),
fundado por Lula, de carácter más sindicalista y que actuó siempre en una
izquierda progresista pero democrática.
La mandataria nunca ha renunciado a su idiosincrasia de izquierda
social, aunque haya dejado atrás a la izquierda política abiertamente
anticapitalista. Desde que aceptó ser ministra de los Gobiernos de Lula, la
exguerrillera asumió las reglas de la economía neoliberal desarrollada por él.
Rousseff ha seguido fiel al modelo de política económica heredado de Lula, que
a su vez había heredado de su antecesor, el socialdemócrata Fernando Henrique
Cardoso, que dio solidez a la hasta entonces maltrecha economía brasileña.
Y la presidenta fue fiel al modelo cuando tomó las riendas del país, a
pesar de que algunos pronosticaban que cambiaría dicho modelo económico. No lo
ha hecho. Ha continuado con una política económica liberal con fuertes tintes
sociales, para acabar con la miseria del país, en la línea de los Gobiernos de
Lula. Pero el corazón de la mandataria sigue latiendo a la izquierda y no se
habría encontrado a gusto entre los banqueros de Davos y menos después de las
duras críticas que ha hecho a un sistema financiero mundial que ha puesto en
riesgo no solo la economía americana sino la supervivencia de la misma Unión
Europea. La exguerrillera, convertida a demócrata, se encontrará mejor entre
los movimientos sociales progresistas de Porto Alegre, que de alguna manera le
recordarán sus luchas juveniles a favor de un mundo alternativo, capaz de soñar
la utopía de un mundo mejor.
0 comentarios:
Publicar un comentario