20/Febrero/2012 Por: Claudi Pérez Bruselas.- Como le gusta a Europa: con media docena de fechas límite incumplidas, en el último minuto, con los mercados al acecho y, lo que es más grave, sin auténticas garantías de acuerdo.
El Eurogrupo decidirá hoy la suerte de Grecia en un ambiente enrarecido, marcado por la desconfianza y el escepticismo respecto al país que inició la crisis y que sigue siendo el mayor quebradero de cabeza de Europa. Anoche parecía que habría fumata blanca y que los socios europeos activarán un nuevo plan de rescate, de al menos 130.000 millones de euros. Pero Europa no se fía. Hasta ahora se ha limitado a dar crédito a cambio de promesas. Esta vez, lo que está por decidir es cómo se articulará la entrega del dinero: el Eurogrupo quiere mano dura para asegurarse de que la enésima oleada de recortes se aplica a rajatabla. A pesar de que esos recortes, hasta ahora, no han traído más que algo parecido a una depresión y un malestar creciente en las calles.
Franz
Fehrenbach, presidente de la multinacional alemana Bosch, decía hace unos días
que hay que expulsar a Grecia del club del euro. Hans Olaf Henkel, expresidente
de la patronal industrial alemana, acaba de asegurar en Bruselas que la UE
debería romperse en dos: un euro del Norte, con Alemania en el centro, y un
euro del Sur, donde no puede faltar un país: Grecia. Frente a ese panorama, Atenas anunció ayer que ha hecho sus
deberes y detalló el recorte al que le obligan sus socios. Ahora le toca a Europa.
Porque sin ayudas europeas, Grecia está abocada a suspender pagos, en la que
sería la primera bancarrota de un país en los 13 años de historia del euro.
Atenas
acaba de aprobar un tijeretazo de más de 3.000 millones:
despidos, rebajas salariales y demás. El Eurogrupo le impuso más condiciones:
exigió a los partidos griegos, por escrito, que se comprometan con los ajustes
gane quien gane las próximas elecciones, y reclamó al Gobierno de Lukas
Papademos —que viajó ayer a Bruselas, un día antes de lo previsto, para
preparar esa cita crucial— que detallara una partida de 325 millones que al
final se repartirá entre un recorte de gasto y una rebaja adicional de
pensiones (“más suave de lo que parece”, según el primer ministro: quienes
cobraban 1.500 euros pasarán a ganar 1.300). Todo eso se ha cumplido, según la
versión de Atenas. Y aun así quedan flecos: el ministro alemán de Finanzas,
Wolfgang Schäuble, apuntó ayer a un acuerdo, pero con la ya tradicional fórmula
del condicional: sí y solo si Grecia “aplica hasta finales de febrero todas las
promesas”. La ministra austriaca Maria Fekter advirtió de que hoy “habrá
todavía intensas negociaciones sobre los mecanismos de control” de ese rescate.
Las
esperanzas sobre el acuerdo se han elevado, pero los escépticos, liderados por
Alemania, desconfían de la determinación de Grecia para
aplicar los recortes. Ahí es donde entran los mecanismos de control,
en parte una especie de seguro para los países acreedores y en la otra una
humillación para Grecia: se da por segura la creación de una cuenta bloqueada que
Atenas solo pueda usar cuando haya satisfecho los intereses de su deuda y una
cesión de soberanía fiscal. Schäuble, acusó ayer a Grecia de “no dejarse
ayudar” con medidas como la creación de una nueva agencia tributaria con
funcionarios alemanes.
Atenas necesita el dinero:
a mediados del próximo mes vence un pago de 14.500 millones. En paralelo,
negocia con la banca para que esta asuma pérdidas en una reestructuración
“voluntaria” de deuda. Para completar la jugada, la Comisión Europea y el FMI
tratan de recaudar fondos en Asia: Japón y China acordaron ayer responder en conjunto
a cualquier solicitud del FMI. Lo paradójico es que mientras el Fondo y la
Comisión están de gira por esos países, en casa la confianza flaquea. “Vamos de
un salvemos el euro a otro. A pesar de las ayudas, los problemas griegos van a
volver. Después llegará el día en que el foco se ponga en Lisboa, y luego en
Madrid y en Roma: la historia interminable”, sostiene Henkel. Y no solo Henkel:
el 57% de los empresarios alemanes se declara a favor de que Grecia vuelva al
dracma, una posibilidad que podría desatar un contagio devastador pero que va
tomando fuerza a la vista de que la otra receta (recortes a mansalva) no
funciona.
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