No puede haber, sin embargo, casos más dispares que el Túnez de la revolución de los jazmines, que está al principio del fin, y la Libia de la refriega civil bajo las alas de la OTAN, al fin del principio.
Túnez ha ido forjando una identidad nacional desde el
beylicato que gobernó el país bajo el Imperio Otomano hasta la ocupación
francesa a fin del siglo XIX; es una nación moderna de alta cohesión social y
una clase media educada, a la que Habib Burguiba, el menos islámico de todos
los padres árabes de la patria, hizo tan laica como fuera verosímil en los años
cincuenta. Así, prohibió la poligamia y en su mausoleo se lee: “Libertador de
la mujer”.
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